lunes, 17 de septiembre de 2012

Primera: La economía obedece a leyes propias. Las políticas económicas deben ser diseñadas según estas reglas.





Que la economía tenga «necesidades», o incluso «leyes», es ya de por sí una aberración que sitúa las formas de producción y distribución de riqueza en un lugar que no admite crítica. O lo que es peor, en un lugar separado de la discusión y la voluntad de los propios humanos que, según este tipo de prescripciones, sólo parecen invitados como autómatas de la producción y el intercambio económico. 

La naturalización de la actual organización económica, que por simplificar llamamos capitalismo —si bien hay muchos tipos de organización capitalista—, se ha instalado en casi todas las formas del discurso hegemónico.

Cuando en los medios de comunicación aparece un economista o un experto financiero, éste se presenta investido automáticamente de una posición de autoridad, que se expresa bajo la forma de un lenguaje y una jerga con pretensiones científicas. Su discurso se vuelve así una cuasi-verdad, al menos para aquéllos que no son expertos. Pero ¿cuánto de rigor y cuanto de ideología se esconde detrás de los análisis y las predicciones de los economistas?

En primer lugar, es preciso reconocer que la economía en el dudoso caso de ser ciencia, a semejanza de las llamadas ciencias naturales, lo es en un sentido muy restringido. Como la sociología, la antropología, la historia y otras ciencias sociales, la economía trata de explicar fenómenos en los que intervienen una multitud de factores humanos, sociales e incluso naturales, que hacen muy difícil la elaboración de leyes a partir de unas regularidades siempre asaltadas por multitud de excepciones.

Como consecuencia de la imposibilidad de elaborar leyes científicas en sentido pleno, una de las principales diferencias entre las ciencias «duras» y las ciencias sociales reside en la dificultad de estas últimas para elaborar predicciones solventes. A diferencia sin embargo de los demás saberes sobre la sociedad, la economía ha tratado de explicar la realidad económica de nuestras sociedades a través de simplificaciones con base matemática.

Estas simplificaciones son lo que en la jerga experta se llaman «modelos económicos». La llamada ley de la oferta y la demanda, las distintas formas de relación entre tasa de empleo y salario, son algunos ejemplos conocidos de estas modelizaciones económicas.

El principal problema de los modelos económicos reside en que para ser operativos tienen que simplificar, en muchos casos, el funcionamiento de los factores que operan en la realidad. Por ejemplo, uno de los elementos más conocidos que sirven de base a muchas modelizaciones económicas es el tipo antropológico que emplean. Se trata del célebre homo economicus, función esquemática del comportamiento económico de los sapiens, según la cual si la información que reciben los sujetos humanos es completa, decidirán siempre de la forma más racional posible con el fin de maximizar su utilidad. Y cuando se dice «utilidad» se esta pensando, fundamentalmente, en beneficio monetario calculable.

No hace falta ser un experto para encontrar, con sólo un repaso mental, una multitud de excepciones y de otros factores que determinan el comportamiento económico. En la realidad social existen familias, responsabilidades grupales, clases sociales, gustos y estilos de vida definidos culturalmente que hacen poco operativo este tipo antropológico ideal de la rational choice. Incluso los caprichosos movimientos de los mercados financieros y sus olas miméticas de pánico o euforia, al igual que las estrategias de venta de las empresas, se ajustan mal a este modelo.

De hecho, el marketing y la publicidad —centrales e imprescindibles en nuestras economías— se han vuelto determinantes a la hora de operar con esa multitud de elementos «irracionales», culturales, inconscientes que parecen funcionar debajo de la mayor parte de las decisiones económicas de los sujetos humanos. En cualquier caso, el homo economicus sigue siendo, con una tenacidad envidiable, la base de explicación de la mayor parte de las modelizaciones económicas.

Pero qué sucede cuando este tipo de explicaciones con fuerza de «ley» se aplican a la economía, tal y como ésta se presenta en toda su complejidad. En cierto modo, tiene una fuerte relación con lo que hemos conocido en estos años: la crisis financiera no puede explicarse sin el efecto de autoengaño que producen las modelizaciones económicas. Desencadenada por el colapso del mercado hipotecario estadounidense, la crisis encontró en las llamadas hipotecas subprime su umbral crítico. Como se sabe, estas hipotecas iban dirigidas a los hogares de menor renta.

Según el sentido común, la concesión de este tipo de créditos se debería considerar como un enorme factor de riesgo. A fin de conjurar los peligros asociados a este modus operandi, se construyó una compleja ingeniería financiera, que a pesar de su sofisticación es extremadamente sencilla de entender. Se trataba de dividir las hipotecas subprime en trozos llamados MBS (Mortage Backed Assets)para mezclarlas en paquetes financieros llamados CDOs (Credit Debt Obligations).

Éstos eran luego vendidos a bancos e instituciones financieras de medio planeta. En la medida en que los CDOs incluían «segmentos» de las hipotecas subprime pero combinados con otros fragmentos de deudas y activos más seguros —como hipotecas de familias de clase media—, y en que además cada uno de estos paquetes tenía un seguro de riesgo (llamado CDS o Cre-dit Default Swap), parecía que el producto era completamente seguro. Al mismo tiempo, la base «científica» del modelo venía proporcionada por las series estadísticas de comportamiento de los precios de la vivienda en los últimos treinta años.

De una lectura apresurada y poco rigurosa de estas series se extrajo la conclusión de que los precios de todas las modalidades de vivienda hipotecada no podían caer al mismo tiempo. Durante un tiempo nada pareció perturbar el idilio entre agentes financieros y economía académica. Los mejores analistas del mundo, contratados por los llamadas agencias de ratingo de evaluación de riesgos, afirmaron por activa y por pasiva que estos instrumentos financieros compuestos por buenas cantidades de hipotecas subprime estaban blindados al riesgo.




Pero lo que realmente ocurrió fue justo lo contrario a lo previsto: la disolución del riesgo en paquetes financieros compuestos que se vendían a agentes de medio mundo produjo un contagio generalizado de la crisis en todo el sistema financiero internacional. Como en la simplificación popular de la teoría del caos, el aleteo de una mariposa, o la incapacidad de un 10 % de las familias estadounidenses de hacer frente a sus hipotecas, provocó la mayor crisis financiera de los últimos setenta años. Prácticamente nadie había visto o predicho este riesgo sistémico. En este caso, como en muchos otros, la modelización, las predicciones y los aparatos teóricos de los economistas sirvieron para legitimar y asegurar modos de funcionamiento económico sobre los que en realidad se tenía una capacidad de control y explicación relativamente pequeñas.

El uso de las matemáticas apenas sirvió para satisfacer la propia pretensión de autoridad de la disciplina.

Continuara ….

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