A escala mundial, si la fuerte dependencia de la acumulación
territorial hace de España una economía con un crecimiento
de los niveles de consumo de materiales y de energía
muy superiores a los de los países centrales de la UE, esto no
quiere decir que los problemas ecológicos globales hayan tendido
a resolverse.
Muy al contrario, la crisis ecológica mundial
se ha agravado a pasos agigantados sin que el tranquilizador
mantra del capitalismo verde haya sido capaz de producir ni
una sola contratendencia verifi cable.
Propiamente, esta solución
«interna» del capitalismo no puede ser considerada más
que como un intento de apertura de un nuevo nicho de negocio
en un momento en el que las principales vías de inversión
industrial clásica parecen cerradas. Los fracasos de las
cumbres climáticas de Copenhague y Cancún marcan bien la
distancia entre el boyante negocio medioambiental y los paupérrimos
resultados materiales.
En el caso español, la apuesta
por la producción verde, por ahora, y muy a pesar de los rimbombantes
discursos ofi ciales, se reduce a poco más que a
una especialización adicional en algunas energías renovables
que tenderán a complementar, antes que a sustituir, las actividades
de construcción y las fuentes de energía tradicionales.
En términos generales, el efecto más probable de la crisis en
el marco de la crisis ecológica mundial será el de una aceleración
del proceso de deslocalización de las actividades de mayor
carga ambiental a los países pobres, que sin duda sufrirán
un mayor deterioro de sus ecosistemas así como incalculables
pérdidas de recursos naturales.
Esta dualidad de posiciones
entre los países centrales del nuevo green capitalism y los
países pobres, que reciben las actividades industriales más
contaminantes, es en realidad consecuencia de una fortísima
concentración de poder, en la que la abrumadora mayoría de
los habitantes de la Tierra carecen de los más elementales medios
políticos para hacer valer sus intereses; al mismo tiempo,
una minoría, las elites capitalistas occidentales, es capaz de
hacer valer sus privilegios sobre cualquier criterio de redistribución
o de respeto al medio a escala global.
No hace falta un
gran razonamiento para darse cuenta de que esta situación es
consecuencia directa del régimen de fi nanciarización que venimos
analizando. Precisamente la concentración de activos
fi nancieros y recursos monetarios marca los patrones mediante
los que se apropian los recursos naturales y energéticos, tal
y como se puede comprobar a diario en los mercados fi nancieros
que negocian títulos sobre estos productos.
Por eso, frente a las posiciones ecologistas más apocalípticas
que ligan la creciente crisis ecológica con una inevitable
caída del capitalismo por una simple falta de inputs materiales,
hay que tener en cuenta que esta concentración de
poder sobre los recursos no tiene por qué verse afectada por
la escasez material, de hecho puede dar lugar a modelos de
control y dominio aún más duros.
Un buen ejemplo: el escenario
del Peak oil, o pico del petroleo, marca la superación
del momento de máximas reservas de petroleo y el inicio de
una suave, pero inexorable, curva descendente en la disponibilidad
de combustibles fósiles.
En no pocos casos, la lectura
política de este hecho geológico consiste en trazar una curva
imaginaria paralela a la de la disponibilidad de petroleo que
representaría la trayectoria de la civilización industrial y de la
capacidad de dominio del capitalismo. La evolución ascendente de los precios del petroleo se suele utilizar como apoyo a estatesis.
Sin embargo, una de las principales lecciones de la economía ecológica reside en su análisis de los precios de las «materias primas», en tanto completamente desligados de los verdaderos costes materiales de extracción: los precios tienen que ver más con la imposibilidad de reponerlos que con sus costes de mercado.
Concretamente, los movimientos de los precios del petroleo son antes el resultado de las oscilaciones cíclicas del dólar que del estado de las reservas geológicas. Si se toma en serio esta conclusión bien pudiera ser que, a falta de un cambio político, los modelos de control y consumo de los recursos energéticos de los países dominantes quedasen intactos hasta el agotamiento total de los recursos, sin que esto sea óbice para que se declaren nuevas guerras por el control de los mismos, así como la exclusión de buena parte del planeta de su uso.
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