jueves, 4 de octubre de 2012

La ecología de la crisis: la destrucción del medio ambiente parte III

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A escala mundial, si la fuerte dependencia de la acumulación territorial hace de España una economía con un crecimiento de los niveles de consumo de materiales y de energía muy superiores a los de los países centrales de la UE, esto no quiere decir que los problemas ecológicos globales hayan tendido a resolverse. 

Muy al contrario, la crisis ecológica mundial se ha agravado a pasos agigantados sin que el tranquilizador mantra del capitalismo verde haya sido capaz de producir ni una sola contratendencia verifi cable. 

Propiamente, esta solución «interna» del capitalismo no puede ser considerada más que como un intento de apertura de un nuevo nicho de negocio en un momento en el que las principales vías de inversión industrial clásica parecen cerradas. Los fracasos de las cumbres climáticas de Copenhague y Cancún marcan bien la distancia entre el boyante negocio medioambiental y los paupérrimos resultados materiales. 

En el caso español, la apuesta por la producción verde, por ahora, y muy a pesar de los rimbombantes discursos ofi ciales, se reduce a poco más que a una especialización adicional en algunas energías renovables que tenderán a complementar, antes que a sustituir, las actividades de construcción y las fuentes de energía tradicionales.

En términos generales, el efecto más probable de la crisis en el marco de la crisis ecológica mundial será el de una aceleración del proceso de deslocalización de las actividades de mayor carga ambiental a los países pobres, que sin duda sufrirán un mayor deterioro de sus ecosistemas así como incalculables pérdidas de recursos naturales. 

Esta dualidad de posiciones entre los países centrales del nuevo green capitalism y los países pobres, que reciben las actividades industriales más contaminantes, es en realidad consecuencia de una fortísima concentración de poder, en la que la abrumadora mayoría de los habitantes de la Tierra carecen de los más elementales medios políticos para hacer valer sus intereses; al mismo tiempo, una minoría, las elites capitalistas occidentales, es capaz de hacer valer sus privilegios sobre cualquier criterio de redistribución o de respeto al medio a escala global. 

No hace falta un gran razonamiento para darse cuenta de que esta situación es consecuencia directa del régimen de fi nanciarización que venimos analizando. Precisamente la concentración de activos fi nancieros y recursos monetarios marca los patrones mediante los que se apropian los recursos naturales y energéticos, tal y como se puede comprobar a diario en los mercados fi nancieros que negocian títulos sobre estos productos. 

Por eso, frente a las posiciones ecologistas más apocalípticas que ligan la creciente crisis ecológica con una inevitable caída del capitalismo por una simple falta de inputs materiales, hay que tener en cuenta que esta concentración de poder sobre los recursos no tiene por qué verse afectada por la escasez material, de hecho puede dar lugar a modelos de control y dominio aún más duros. 

Un buen ejemplo: el escenario del Peak oil, o pico del petroleo, marca la superación del momento de máximas reservas de petroleo y el inicio de una suave, pero inexorable, curva descendente en la disponibilidad de combustibles fósiles. 

En no pocos casos, la lectura política de este hecho geológico consiste en trazar una curva imaginaria paralela a la de la disponibilidad de petroleo que representaría la trayectoria de la civilización industrial y de la capacidad de dominio del capitalismo. La evolución ascendente de los precios del petroleo se suele utilizar como apoyo a estatesis. 

Sin embargo, una de las principales lecciones de la economía ecológica reside en su análisis de los precios de las «materias primas», en tanto completamente desligados de los verdaderos costes materiales de extracción: los precios tienen que ver más con la imposibilidad de reponerlos que con sus costes de mercado. 

Concretamente, los movimientos de los precios del petroleo son antes el resultado de las oscilaciones cíclicas del dólar que del estado de las reservas geológicas. Si se toma en serio esta conclusión bien pudiera ser que, a falta de un cambio político, los modelos de control y consumo de los recursos energéticos de los países dominantes quedasen intactos hasta el agotamiento total de los recursos, sin que esto sea óbice para que se declaren nuevas guerras por el control de los mismos, así como la exclusión de buena parte del planeta de su uso.
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