miércoles, 26 de septiembre de 2012

¿Cuando se Terminara la Crisis? Parte III

La única excepción a la identificación de las economías occidentales con el polo deficitario del planeta, y que parece a todas luces poco consistente a medio plazo, es la de Alemania, significada por el notable crecimiento de sus exportaciones durante la década de 2000. Convertida en la segunda economía exportadora después de China, el crecimiento de la economía alemana y sobre todo su rápida recuperación de la crisis ya a finales de 2009 se pueda explicar a partir de los mismos parámetros que explican la simbiosis de China y EEUU, pero en este caso con el polo deficitario de la Unión Europea, esto es: Reino Unido, España, Grecia, Irlanda y el resto de los países periféricos del sur y este del continente. 

Como se ha tratado de explicar, la gran depresión del siglo XXI se ha desencadenado por la enorme debilidad a medio plazo de los mecanismos de crecimiento basados en las estrategias financieras del polo deficitario de la economía global. 

Comenzó con el agotamiento de las burbujas patrimoniales de EEUU y los países anglosajones, y siguió con la quiebra de los circuitos de financiación y obtención de rentabilidad financiera que habían construido la bonanza económica de los años anteriores. 

La crisis desató así dos grandes cadenas de consecuencias que todavía distan de haber encontrado un equilibrio. Por un lado, despegó grandes masas de capital financiero de sus nichos de rentabilidad en los circuitos inmobiliarios y financieros de los países occidentales. 

La búsqueda desesperada de una colocación rentable por parte de estos capitales, explica el reforzamiento de sus posiciones especulativas a corto plazo —por ejemplo, en los mercados de futuros del petróleo y de las materias primas, o también sobre los bonos de deuda pública de los países europeos, con todos los efectos ya considerados en términos de empobrecimiento de países enteros y de destrucción del Estado del bienestar. 

Por otra parte, la crisis desató una enorme presión sobre las economías de todo el planeta por hacerse con una parte creciente de las exportaciones internacionales. La caída de la demanda doméstica, que ya no se alimentaba del «exceso de gasto» de unas familias repentinamente empobrecidas y altamente endeudadas, se ha tratado de suplir por medio de la demanda externa vía exportación. 

Esto explica buena parte de los principales conflictos internacionales centrados en los tipos de cambio de las monedas. En gran medida, los países o bloques regionales que resulten ganadores del combate entre monedas serán capaces de obtener ventajas comparativas coyunturales que acelerarán momentáneamente los soportes del crecimiento, siempre dentro de un marco de «juego de suma cero» en el que las ganancias de unos serán las perdidas de otros. 

Dentro de este contexto, las ventajas y las oportunidades de la economía española parecen bastante limitadas. La propaganda institucional insiste en un necesario y saludable cambio del modelo productivo. Se trataría de abandonar la economía del ladrillo y de desarrollar «ventajas competitivas» en sectores como las biotecnologías, la ingeniería civil, las energías renovables, las industrias culturales, etc. Según los dictados de esta apuesta, España se debería incorporar a la carrera internacional por medio de la exportación de productos de alta tecnología y valor añadido: una suerte de Alemania o Corea emergente cuyo crecimiento se basaría en la reindustrialización del país y el despegue de los nuevos sectores tecnológicos. 

 La debilidad de esta hipótesis, que ni siquiera resulta creíble a las propias elites empresariales españolas, se encuentra en la especialización de la economía española en sectores de bienes no transables (que no se pueden ex-portar) como la construcción y los servicios de consumo. 

 En este terreno la productividad (lo que se produce por unidad de trabajo o capital) es un problema de segundo orden: el país lleva décadas perdiendo posiciones en los rankings de competitividad industrial. ¿Qué tipo de milagro sería necesario para convertir a España en una economía de exportación y para que desarrollase un poderoso músculo productivo en líneas industriales de alta tecnología? En realidad, la estrategia política de salida de la crisis apuesta por un reescalamiento de los instrumentos que permitieron el desarrollo de las burbujas financieras y del keynesianismo financiero-inmobiliario. 

Muchas de las actuaciones que ha diseñado el gobierno en estos tres últimos años se dirigen a este objetivo. Así se ha tratado de mantener a toda costa el precio de la vivienda por medio de un complejo entramado de medidas que van desde la Ley de Suelo de 2007, hasta la permisividad del Banco de España para que los bancos cuadren sus balances contables con unos precios, absolutamente inflados, de las viviendas que han acabado en sus manos. 

Con igual generosidad, el gobierno ha subvencionado al en-tramado empresarial constructor inmobiliario a fin de mantener relativamente intacta la máquina financiero-inmobiliaria en un futuro inmediato. Ha animado también nuevas formas de financiarización de las economías domésticas a través del desarrollo de sofisticadas ingenierías financieras como las llamadas hipotecas inversas, o la puesta en marcha de distintas formulas de apoyo público a la titulización de hipotecas, así como nuevas rondas de endeudamiento ligadas a la formación universitaria de postgrado (las llamadas becas préstamo del Plan Bolonia) y más ventajas fiscales a los fondos de pensiones. 

Este conjunto de medidas son hasta la fecha la gran apuesta de salida de la crisis económica para España. El problema al que se enfrenta la insistencia en los mecanismos de crecimiento basados en la revalorización patrimonial y la expansión inmobiliaria es que no dependen exclusivamente de la situación doméstica. 

El gran ciclo de 1995-2007 se desarrolló al amparo de la construcción del Euro, una situación de bajos tipos de interés dictada por Europa, la entrada de gran cantidad de capitales extranjeros a su mercado inmobiliario, la concurrencia paralela de burbujas inmobiliarias en EEUU y otros países, y otra buena cantidad de factores sobre las que ni el gobierno ni la clase empresarial española tienen ningún control. 

Esta última ha entendido bien que por el momento no hay perspectivas para un relanzamiento económico similar Este conjunto de medidas son hasta la fecha la gran apuesta de salida de la crisis económica para España. 

El problema al que se enfrenta la insistencia en los mecanismos de crecimiento basados en la revalorización patrimonial y la expansión inmobiliaria es que no dependen exclusivamente de la situación doméstica. 

El gran ciclo de 1995-2007 se desarrolló al amparo de la construcción del Euro, una situación de bajos tipos de interés dictada por Europa, la entrada de gran cantidad de capitales extranjeros a su mercado inmobiliario, la concurrencia paralela de burbujas inmobiliarias en EEUU y otros países, y otra buena cantidad de factores sobre las que ni el gobierno ni la clase empresarial española tienen ningún control. 

Esta última ha entendido bien que por el momento no hay perspectivas para un relanzamiento económico similar De todos modos, en un escenario de estancamiento eco-nómico y de progresiva depredación del gasto público por los agentes financieros globales y las corporaciones españolas, la cuestión capital puede no encontrarse dentro de los pará-metros de la machacona insistencia en el crecimiento eco-nómico. 

 El relanzamiento de otra burbuja patrimonial o de cualquier otra estrategia de ingeniería financiera no parece probable. Sin embargo, la economía española es tres veces más rica que hace 40 años y la renta per cápita del país es más del doble. 

Al mismo tiempo, son muchísimos los elementos de riqueza social que se pueden ver amenazados por nuevos episodios de financiarización y de estímulo «atípico» del crecimiento. ¿No se trataría simplemente de romper con el fetiche del crecimiento del Producto Interior Bruto? ¿De establecer mecanismos de redistribución de la riqueza? ¿De potenciar la autonomía social frente a las lógicas de crecimiento a toda costa y de un capitalismo financiero que ya no es capaz de generar riqueza? De momento al menos, la clausura de toda oportunidad para el reformismo y la pobre imaginación de la crítica nos devuelven a un paisaje social caracterizado por la presión sobre los sectores más vulnerables, la destrucción de toda autonomía social respecto de las lógicas de la financiarización y, lo que es peor, una clara y nítida pendiente de involución política.

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