miércoles, 19 de septiembre de 2012

Segunda: Si los empresarios no obtienen suficientes beneficios no se genera empleo. Lo prioritario es generar un escenario propicio para que haya inversión y, por lo tanto, empleo. Parte II. Continuación…






Lo cierto es que esta larga crisis, que se arrastra desde los años setenta, no se puede dar por superada. La debilidad de los beneficios obtenidos por medio de la producción de bienes y servicios, todavía persiste en las economías más maduras. Y de hecho se ha visto agravado por la entrada en el mercado internacional de nuevos gigantes industriales como China o India, que cada año acaparan un poquito más de la producción total del planeta. 

En principio, y desde una perspectiva no comprometida con el problema de los beneficios capitalistas, el escenario podría considerarse óptimo: cada vez se produce más con menos trabajo y menos dinero, por lo tanto cada vez hay bienes más baratos y asequibles para todo el mundo, incluso para los poblaciones de los países más pobres del planeta, siempre y cuando se aplique una política de reparto mínimamente equitativa. Desde la perspectiva de los principales centros de mando de la economía mundial, el problema es sin embargo otro: se trata de recuperar los niveles de beneficio a cualquier precio. En último extremo, no otra cosa define al capitalismo.

Durante las décadas de 1980 y 1990, una de las vías principales para aumentar los beneficios consistió, como se verá en detalle, en reducir los costes, especialmente los costes salariales; se buscaron países y regiones donde materias primas y empleo fuesen más baratas y las legislaciones ambientales fueran más laxas; se incentivó la automatización y la incorporación de nuevas tecnologías a la producción industrial con el fin de obtener ventajas competitivas y también se persiguieron las legislaciones fiscales que cargasen menos costes sobre las tasas de beneficio. 

También se empezó a considerar que había una gran cantidad de recursos y ámbitos sociales que habían quedado parcialmente fuera de la esfera mercantil —como la educación, la cultura, los bienes naturales— y que podían dar lugar a distintas formas de negocio que, aunque a la larga destruyesen o empeorasen la calidad del servicio o del bien que antes se obtenía por medios no directamente capitalistas, podrían generar empleo y alguna forma de beneficio, por marginal que éste fuese. Sin embargo, la principal solución al problema del beneficio pasó por lo que hoy se llama financiarización, esto es, por convertir el control de las enormes masas de dinero que se habían generado en las décadas pasadas en una increíble fuente de poder y control sobre el conjunto de la economía global. Se trataba ahora de obtener rentas financieras de las más variadas formas. El ascenso del neoliberalismo como ideología hegemónica a nivel de Estado y de las elites dirigentes no ha sido sino la expresión política de esta «necesidad» de relanzar los niveles de beneficio por vías fundamentalmente financieras.

A fin de darnos cuenta del enorme poder que supone el capital financiero respecto al conjunto de la economía, basta compararlo con el PIB real. Justo antes de la crisis, en 2007-2008, se calculaba que el PIB mundial podía rondar los 60 billones de dólares (aproximadamente un 2,5 % era la parte española), sin embargo el valor de los activos financieros de todo el planeta era cerca de ocho veces más. Ahora bien, para que estas enormes masas financieras generen beneficios, ha sido preciso establecer una serie de condiciones que en las típicas economías industriales de las décadas anteriores tenían un desarrollo muy escaso. Por un lado, se requirió que el movimiento y la circulación de capitales no estuvieran sometidos a demasiadas trabas. Esto implicaba que estos capitales pudiesen comprar un montón de cosas —como empresas, recursos naturales, deuda— que antes no se podían adquirir, y sobre todo vender, con facilidad y rapidez.

Para ello, desde la década de 1980, se ha animado una oleada de privatizaciones de bienes públicos en todas las economías del planeta, pero especialmente en las más vulnerables —siempre necesitadas de financiación, que en muchos casos destinaban, de forma irónica, a hacer frente a las deudas contraídas previamente.

También era preciso que estas masas de liquidez mantuvieran un crecimiento constante. En buena medida esto se ha conseguido implicando a una parte creciente de las clases medias y altas del planeta en la circulación financiera. La expansión de las llamadas instituciones de inversión colectiva —fondos de inversión, seguros, pero especialmente fondos de pensiones— es quizás la mejor prueba de su éxito. Pero incluso para que una parte creciente de las clases medias de Occidente colocasen sus ahorros en productos financieros, se requerían cambios sustantivos de la organización de esas sociedades. Por ejemplo, ha sido preciso que el Estado abandonase algunas de sus antiguas funciones, por ejemplo que las pensiones gestionadas por instituciones públicas se deteriorasen o incluso en algunos países (como Chile) fuesen completamente privatizadas; o también, como en España, que se subvencionase fiscalmente la contratación de fondos privados de pensiones.





Por último, la reconstrucción del beneficio por vías financieras requería poder jugar y traer al presente beneficios que sólo se iban a producir en el futuro. Dicho de otro modo, una parte importante del proceso de financiarización se ha jugado en su capacidad para traer al presente un flujo siempre mayor de rendimientos futuros. Y esto por medio de mecanismos muy distintos. Por ejemplo, una hipoteca permite a un trabajador comprar una vivienda a partir de los ingresos futuros de su trabajo; o un Estado adquiere financiación vendiendo deuda pública que se pagará con los ingresos fiscales que obtendrá en un futuro; o un inversor se asegura una parte de las rentas futuras que se esperan de una acción o un bien vendiendo a un tercero los sobre beneficios, pero también los riesgos de pérdida del valor, que efectivamente se obtengan del mismo en un plazo determinado —ésta es la base del mercado de futuros. Todas estas fórmulas y muchas más permiten, a aquéllos que realizan o financian estas operaciones, obtener beneficios presentes sobre rendimientos (financieros, productivos, salariales) que sólo se pueden producir en un futuro.

Continuara…

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