lunes, 24 de septiembre de 2012

¿Cuando se Terminara la Crisis?

Una fe casi ciega en los mecanismos automáticos de recuperación económica se ha apoderado de las cabezas de casi todos nosotros. 

Lo normal es el crecimiento; lo anormal, los periodos de crisis. La vuelta a la normalidad será, por lo tanto, nuestro futuro más o menos inmediato: la economía volverá a crecer, se generará empleo y se recuperarán los niveles de consumo. 

 Desde una perspectiva histórica, la salida a las grandes crisis, y ésta desde luego lo es, no ha tenido, sin embargo, nada de normal. 

 El final de la crisis de 1929 pasó en EEUU por un vasto experimento de reformismo social y económico (el New Deal) que sólo tras muchos tropiezos pudo salvar una situación que, según parámetros actuales, casi podríamos llamar de guerra civil. 

En Europa, la crisis de 1929 no se superó propiamente hasta casi 20 años después, incluida una guerra devastadora que dejó entre 35 y 55 millones de muertos sólo en el viejo continente, o si se quiere entre el 6 y el 10 % de la población europea. 

Desconocemos todavía la profundidad histórica de la actual crisis. Seguramente manifieste problemas estructurales del capitalismo global que tienen que ver con lo que los clásicos llamarían la «realización» o la valorización del capital por medio de la circulación económica convencional a través de inversiones productivas. 

La llamada globalización financiera puede ser, como hemos intentado explicar, la gran estrategia del bloque capitalista occidental a fi n de reconstruir el beneficio por vías no convencionales. 

Probablemente, la crisis manifieste también el desplazamiento del eje de vertebración económica del planeta de Occidente a Oriente, del bloque europeo-estadounidense a los gigantes emergentes del continente asiático, China e India. Las únicas regiones con índices de crecimiento altos y sostenidos en los últimos 20 ó 30 años se encuentran, en efecto, en el sur y este de Asia. 

En este mismo orden de cosas, las facturas de la crisis financiera internacional parece que se están acusando sobre todo en Europa, donde la incapacidad para articular políticas económicas concertadas, la ausencia de una voluntad real de gravar y controlar la circulación financiera y el conflicto de intereses entre los distintos países parecen condenar al continente a una deriva hacia la decadencia y la aniquilación de lo que ha sido su propia anomalía civilizatoria en tiempos recientes: un cierto grado de cohesión social facilitado por el Estado de bienestar. 

Si a este cóctel se añaden los primeros síntomas de una crisis ambiental que ya no se puede ocultar, y que se manifiesta tanto en el progresivo agotamiento de algunos recursos energéticos (petróleo y gas natural) como en la aniquilación de ecosistemas regionales enteros y el cambio climático global, el horizonte económico, pero también social y político, puede adquirir tintes más bien sombríos. 

Algunos teóricos hablan propiamente de una nueva era de caos sistémico en la que las salidas históricas parecen bastante abiertas, pero de la que no se excluye una fuerte involución social, e incluso episodios bélicos más o menos agudos. En un escenario tan complejo hablar de vuelta a la normalidad no sólo peca de optimismo sino de una completa ingenuidad. 

¿Cómo se traduce este escenario a nuestra realidad local, a un país relativamente modesto en el concierto internacional, aunque relativamente importante en el marco de la Unión Europea? Más allá, no obstante, de esta particular propensión subjetiva a la idea de progreso, basta echar una mirada a nuestro entorno para ver que el estancamiento ha sido la tónica dominante de la mayor parte de los países cercanos, algunos de ellos considerados modelos sociales y económicos para buen número de instituciones españolas. 

Entre 1995 y 2009, el crecimiento de la economía alemana apenas superó el 1 % anual, la japonesa casi no alcanzó al 0,5 %, y la cercana Italia tampoco llegó al 1 %. En esos 15 años, que incluyen los malos resultados de 2007-2008, la economía española creció al 3,2 %, más incluso que la «exitosa» economía estadounidense que lo hizo al 2,5 %. En definitiva, lo que constituye una anomalía dentro de las grandes economías occidentales es, en realidad, el crecimiento español. Continuara…

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