domingo, 16 de septiembre de 2012

La crisis que viene - Introducción






Hace ya tres años que nos vimos asaltados por las primeras noticias de una crisis sólo comparable a la de 1929. Tres años de «brotes verdes», pomposas promesas de recuperación y grandes reformas. Tres años en los que cada anuncio de una recuperación, que sólo estaba a la vuelta de la esquina, se ha truncado ante unos hechos siempre tozudos. La intervención pública a nivel global ha evitado, desde luego, un desmoronamiento de la estructura económica tan catastrófico como el que siguió al crack del ‘29, pero ha sido incapaz de generar un nuevo ciclo de crecimiento que se asemeje, siquiera mínimamente, a una expansión económica. 

A la vista de estos resultados, el panorama internacional de la próxima década no parece otro que el de un largo estancamiento, quizás puntuado por estallidos financieros regionales y por convulsiones, más o menos regulares, que podrían volver a poner en tensión todo el sistema económico. 

Y sin embargo, lo más significativo, desde el punto de vista político, es la rápida adaptación de los grandes agentes económicos. Frente a una izquierda internacional que en 2008 sentenció la muerte del neoliberalismo antes mismo de comprender totalmente en qué consiste, permanentemente atascada en la demanda de una reanudación del crecimiento y el empleo, los centros del poder capitalista, liderados por un sector financiero que ha mantenido intacta su capacidad política, han presionado de forma exitosa para exigir su rescate por parte de los Estados y para relanzar luego una alucinante y ambiciosa contraofensiva.

Por supuesto, esta estrategia común de las elites globales, nacionales, regionales y locales ha prescindido en gran medida de toda consideración acerca de los soportes del crecimiento económico a largo plazo. 

De forma descarada y sin ninguna responsabilidad para con el futuro, han puesto las garantías de los beneficios financieros por delante de cualquier otro aspecto (ya sea éste social o económico). Como ha venido ocurriendo desde los inicios de la contrarrevolución conservadora y del auge del neoliberalismo en los años ochenta, el Estado es aquí sólo la instancia decisiva a conquistar y, en este caso, la herramienta política para trasladar los costes de la crisis a los sectores sociales más débiles.

En ningún lugar se ha sentido con más fuerza esta línea ofensiva de los poderes financieros que en la Unión Europea. Apoyados en un entramado jurídico que eleva el dogma neoliberal a poco menos que norma constitucional, los agentes financieros se han agazapado detrás de la crisis de la deuda pública de países como Grecia, España, Irlanda o Portugal, para conquistar la tutela del gasto público, sancionando cualquier desviación de la ortodoxia con fuertes recargos en los tipos de interés. Restringidas así sus opciones, los Estados han basculado entre garantizar los intereses a medio plazo de los mercados financieros —mediante reformas del mercado de trabajo, programas de austeridad, desmantelamiento de las pensiones públicas y privatizaciones— o entregar inmediatamente grandes sumas de dinero público a los bancos y fondos tenedores de bonos estatales.

En el momento en el que se escribían estos párrafos, cuando todavía no se había salido de esta fase de la crisis, marcada por la ofensiva financiera sobre la deuda pública, ya se podía intuir cuál iba a ser la próxima estación. Como ya sucediera en 2007, los flujos financieros se han refugiado en los mercados de futuros del petróleo y de las materias primas. Esto es lo que explica las fuertes alzas de los carburantes desde mediados de 2010 y progresivamente también de algunos productos agrícolas.

No tardaremos en ver cómo estas subidas repercuten sobre los tipos de interés, multiplicando la presión sobre unas poblaciones ya altamente endeudadas, precarizadas y desahuciadas por el paulatino desmantelamiento del Estado de bienestar.

Baste recordar que los tipos de interés se han mantenido en niveles cercanos a cero desde 2009, en gran medida para garantizar la paz social en unos momentos en los que los niveles de endeudamiento privado en todo el continente, y muy especialmente en España, superan todos los niveles conocidos.

En definitiva, los acontecimientos han dejado atrás a la gran mayoría de la población que está encajando la medicina de los ajustes, pero siempre con dosis muy diferentes según una particular y cruel jerarquía de posiciones salariales y de propiedad, de diferencias de edad, nacionalidad y género.

Bajo esta perspectiva, la crisis, guiada antes por decisiones políticas que por una abstracta e inapelable urgencia económica, se ha convertido en la gran ventana de oportunidad de las oligarquías de todo pelaje para reforzar las líneas de dominio construidas durante las últimas décadas. Al contrario que en otros países de la UE, como Francia, Italia o Reino Unido, o más aún en los países norteafricanos, lanzados a un nuevo ciclo de protestas, en España todavía nos cuesta situarnos en la nueva coyuntura; tomar nota de la fragilidad de las promesas de crecimiento económico y de que la política electoral y los mecanismos de la democracia representativa simplemente no cuentan con nosotros más que para que asintamos a nuestra desposesión.

Es por todo ello, por lo que este pequeño libro ve la luz, con el propósito de servir para situar las dimensiones de un conflicto social inevitable. Su esquema es sencillo. Hemos querido empezar con un repaso a las principales líneas ideológicas que utilizan los gobiernos, los economistas y los medios de comunicación para justificar las políticas que favorecen a las distintas elites capitalistas: rescates bancarios, recortes de derechos y del gasto público, reformas del mercado de trabajo y de los sistemas públicos de pensiones, etc. Veremos que ninguna de ellas se sostiene ante un análisis serio; sin embargo, los poderosos contra-argumentos que podrían situar la discusión económica en otro lugar están todavía fuera del debate público.

También hemos querido poner encima de la mesa aquellos efectos de la crisis social que precisamente por no pertenecer a la agenda política oficial permanecen básicamente ocultos como la creciente polarización social, los impactos a largo plazo de una crisis social que todavía está en estado de gestación, los mecanismos reales de desmantelamiento del Estado de Bienestar o una crisis ecológica galopante.

Por último, no podíamos dejar de tratar el aspecto quizá más decisivo para, esta vez sí, superar la crisis. Se trata naturalmente del ámbito político y de la necesidad de reactivar las luchas sociales que aspiren a revertir el actual modelo de reparto de la riqueza y, de una vez, nos liberen de la rapiña del capitalismo financiarizado.




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